¡Escuchad! Es Féloche presentando el sonido descarado de su mandolina, y su estilo loco y romántico.
Féloche ha visto mundo, y no nos referimos sólo a que haya viajado. Allá donde va, hace amigos, con su enorme y brillante sonrisa que parece más grande que él. Allá donde va, se convierte en un lugareño, ya sea en la isla de La Gomera, en Nueva York, Ucrania, Rumanía o Argenteuil. Comparte y la gente comparte con él: historias convincentes, un silbido del paraíso, sonidos vintage bañados en rock sucio, ritmos, flow e inspiración.
Féloche ha reunido en su mesa de mezclas a todos sus héroes, mitos, vivencias y sueños para el jolgorio musical que es su segundo álbum, Silbo.

El silbo es el lenguaje silbado de la isla canaria de La Gomera, donde aún se utiliza para comunicarse a través de las montañas. La UNESCO ha clasificado esta preciada lengua como «patrimonio cultural inmaterial de la humanidad». Se la transmitió a Féloche su padrastro, el separatista Bonifacio Santos Herrera, junto con un profundo amor por el país del que estaba exiliado. A los 11 años, Féloche viajó solo a la isla; el viaje le cambió para siempre. La canción, que en principio iba a aparecer en el álbum como homenaje privado, se vio de repente catapultada al dominio público. En Francia, su gravedad emocional no escapó a los agudos oídos de algunos pinchadiscos de radio, que la pusieron para sus audiencias. Se extendió por el Mediterráneo como un reguero de pólvora y estalló en La Gomera, donde recibió cobertura en periódicos, telediarios e incluso en las escuelas, hasta el más alto nivel. La población de La Gomera celebró este increíble homenaje a su cultura y a su malogrado hermano Bonifacio.

Roxanne Shanté, la madre del rap neoyorquino, enseñó a Féloche todo lo que necesitaba saber sobre el flow cuando era niño. Sin embargo, trabajar con ella parecía un sueño lejano, hasta que finalmente apareció en escena para el dúo de hip-hop «T2Ceux».

Féloche tardó en llegar hasta Rona Hartner. Al igual que el Gadjo Dilo de Toni Gatlif, la encontró en su búsqueda del sonido. En sus brazos, cantó el trance balcánico «Mythologie».

En «Je Ne Mange Pas 6 Jours», Oleg Skrypka, cantante del grupo ucraniano de culto VV, pone su voz sobre un romántico e implacable ritmo tecno. El título del tema es ahora la frase en francés más popular en Rusia y Ucrania, donde Féloche estuvo de gira con VV hace unos años.

La guitarra no tiene cabida en esta celebración enérgica y decadente. Con su interpretación sentida, Féloche captura el alma de su mandolina. Con él, desplaza los parámetros de la música disco, el techno y el hip hop, rindiendo puro homenaje al funk ochentero de Prince en «NYC: ODC» y al piano Honky Tonk de los Stones en «Mémoire Vive». El alma de este poeta vacilante se desnuda a través de su mandolina.

Para el tema «A La Légère», Féloche hizo realidad su sueño de tocar con una orquesta de mandolinas. Reunió a 64 mandolinistas de 7 a 87 años, de la Estudiantina d’Argenteuil. Juntos, ellos y Féloche te llevarán en volandas por la pista.

En el lenguaje expresivo y rotundo de Silbo, Féloche confirma lo que prometió en su primer álbum, La Vie Cajun: hacer música internacional que enarbole la bandera del humor francés.

Su atención al detalle y su perfeccionismo no le dejan respiro. Se lanza con la misma sinceridad a todas las dimensiones estéticas, exploratorias, humorísticas, políticas, gráficas y escenográficas que abre su música. Ahora que sus invitados se han ido, Féloche se dispone a reencarnarlos en el escenario con sus magos Caroline Daparo, Christophe Malherbe y David Rolland. Con él, estos músicos forman una banda hecha para el escenario.